lunes, 29 de agosto de 2022

Noa y la Luna

Cuando la habitación oscureció, salió corriendo hacia la ventana. Su mirada curiosa recorrió rápidamente el cielo para ver a la Luna. Parecía haberse convertido en su ritual de cada noche, pero ese día estaba más ansiosa que otras veces. Las nubes la habían ocultado durante la última semana y un velo de tristeza se posaba sobre su rostro antes de meterse en la cama. Por suerte, no había nubes y su sonrisa tornó de nuevo en cuanto la vio reinando en el cielo acompañada siempre de su inseparable séquito, las estrellas.

Sin contener la emoción, gritó un fuerte hola acompañado de un enérgico movimiento de mano. En ese momento me sorprendí, creí ver un fuerte destello a través del cristal. Y es que me encantaba apoyarme en el marco de la puerta y observar cómo con su lengua de trapo, relataba su día, sus ilusiones, sus juegos e, incluso, sus momentos de enfado y de lágrimas derramadas por hacerse daño o porque la habían reñido. A veces, hacía pausas y miraba con detenimiento su superficie blanca. Asemejaban tener algún tipo de conversación que solo ellas podían entender, de una complejidad que incluso para un simple observador podría provocar celos por carecer de algo igual.

Abstraída me hallaba contemplando tan tierna escena que no fui consciente de que alguien pasó por mi lado. Era su padre para animarla a la despedida, a un breve adiós hasta el día siguiente. Ella siempre se negaba y amenazaba con un posible berrinche, pero entonces, alzó la vista de nuevo, asintió en silencio y susurró un adiós mientras dirigía una mano hacia sus labios para enviarla un gran beso de buenas noches.

Después, tiernamente, miró a su padre, lo abrazó y se durmió con la plena confianza de que su amiga cuidaría de ella durante toda la noche.

Emaleth

lunes, 17 de enero de 2022

Miedo

 

La primera vez que sucedió nos pilló de improvisto. No sabíamos qué era o cómo pudo ocurrir. Simplemente pasó. La espera, el diagnóstico y las pruebas posteriores ensombrecieron la realidad: era una parte de nosotros o, al menos, también de mí.

La segunda vez, sin causa aparente alguna fue más duro e, incluso, más cercano si cabe. En ese momento la palabra milagro tuvo sentido por primera vez. Sin embargo, el miedo ya se había instalado en mi interior. Fue el pánico el que me llevó al hospital tras superar ese bache. Se quedó en una falsa alarma, pero el alivio no consiguió desterrar ese sentimiento de mi interior.

La tercera vez no acaeció; la medicación y los controles ayudaron a priorizar otros miedos que, por fortuna, sí se superaron.

La cuarta vez se transformó en dolor. Mis oídos escucharon lo que nunca habrían querido oír. No te preocupes, es mejor saberlo para enfrentarlo. Bonitas palabras vacías, carente de significado para mí, sobre todo cuando atañe a tu propia sangre.

La quinta vez es todos los días. Un malestar te hace ponerte en guardia, vigilar cada parte de la piel y tratar de mantener tu mente fría para evitar un ataque de ansiedad. No es fácil. No siempre lo consigo.

El miedo es una fuerza demasiado grande cuando pone en riesgo todo lo que te rodea, todo lo que tanto te ha costado conseguir; te limita como ser y, sobre todo, como lo que podría llegar a ser.

Emaleth

miércoles, 7 de julio de 2021

El ciclo de la vida

Hacía ya tiempo que nadaba junto a sus hermanas en un tranquilo lago protegido por un frondoso bosque. Los pequeños peces eran su única compañía. Le gustaba permanecer junto a la superficie para disfrutar de los sonidos de la naturaleza, de los seres que habitaban en ella. Se dejaba llevar con la mirada perdida hacia el cielo intentando interpretar las figuras de las nubes, imaginando el lugar al que van las aves que vuelan entre ellas, incluso, preguntarse si las personas que iban dentro de los aviones eran capaces de verla. En esos momentos podía decir que se sentía plenamente feliz y deseaba profundamente que nada cambiara nunca.

El Destino se aburría con la monotonía así que decidió intervenir jugando con ella y sus hermanas. De un día para otro, hizo desaparecer las nubes para mostrar un extenso lienzo azul junto con un sol implacable.

Al principio no le dio importancia, incluso disfrutaba del calor, pero cada mañana se despertaba con la ilusión de ver de nuevo las nubes sobre sí para volverse a decepcionar tras su ausencia. Era el sol quien seguía dándola los buenos días, quien la acompañaba en las horas diurnas y vespertinas. Solo la luna conseguí calmarla, dar una tregua a ese sopor que mantenía sus sentidos embotados y su mente en algún punto entre el sueño y la vigilia.

En ese estado hipnótico se encontraba cuando empezó a notar un cambio. Algo tiraba de ella hacia la superficie. Sorprendida, abrió los ojos y fue consciente, para su desconcierto, que ascendía por algo o por alguien que no era capaz de ver. Miró a ambos lados intentando pedir ayuda pues no era capaz de pronunciar palabra, pero nadie se cruzó con su mirada. Había perdido el control sobre su cuerpo; el miedo y esa fuerza desconocida la dominaban. De repente, empezó a desvanecerse sin dejar de elevarse. No podía pensar, no podía moverse, no podía sentir dolor, no sentía nada. La pérdida de conciencia la salvó de traspasar la puerta de la locura. Silencio.

Un escalofrío la hizo despertar. Nunca había sentido tanto frío como en ese momento. Había una especie de neblina a su alrededor que no la permitía distinguir nada que la ayudase a averiguar dónde estaba. El sitio era extraño, ella era una extraña. Le resultaba difícil pensar con claridad pues estaba confusa la mayor parte del tiempo.

Una noche todo cambió o al menos eso creyó en el estado caótico en el que se encontraba. Una luz iluminó todo por unos escasos segundos dejándola cegada y más atemorizada aún. No estaba sola. Junto a ella había otras, pero no entendía cuando llegaron o cómo lo habían hecho sin que lo hubiera percibido. Y, justo cuando iba a preguntarlas quiénes eran, el suelo empezó a ceder bajo sus pies. Todas intentaron asirse a algo en vano pues no había nada sólido a su alrededor. Sintió la fuerza de la gravedad sobre sí y empezó a caer. Solo entonces reconoció a sus hermanas y entendió que su sueño se había cumplido: llegó a ser nube. Cerró los ojos y, mientras caía, se sintió reconfortada pues comprendió que su muerte sería fuente de vida para otro, un fin y un principio.

Emaleth

martes, 8 de junio de 2021

La despedida

 Se sentó frente a la ventana a oscuras con la única luz de la luna como compañía. No recordaba cuanto tiempo había pasado desde que disfrutara de un momento a solas como éste.

Un rostro se dibujó en la superficie de la ventana. Viejos demonios del pasado que pugnaban por encontrar su sitio en el presente, pero no había ninguno donde hospedarse. Su corazón se negaba a proseguir con esa vieja historia que solo le había causado dolor y melancolía. Sí, tristeza por pensar en si las cosas hubiesen sido distintas, en si sus decisiones fueron las correctas, en si sus sentimientos nublaron sus pensamientos… y así una larga lista de si…

Maldito orgullo. Hubo una oportunidad tras años de idas y venidas, de encuentros y desencuentros, y de sus labios solo salió un “No, no es el momento”. Cuánto se arrepintió de esas palabras, sobre todo, al descubrir que su vida la estaba viviendo otra o, al menos, había conseguido lo que ella no pudo.

No era cierto. Dijo aquello porque sabía que él no creía en un ellos, en un futuro unido por un mismo camino y eso le dolió. Sin duda era la decisión acertada y, aun así, el pesar continuó en su corazón año tras año sin remitir lo más mínimo.

Sería cierto que lo amaba. Sí, lo aceptaba, aunque ese amor había mutado a algo diferente, a un recuerdo feliz y utópico de un pasado que no pudo ser pero que quiso ser a pesar de todo.

Hoy en día, cada uno tenía su vida y, sin embargo, seguían en contacto. ¿Amistad? No. Solo palabras manidas y formales en celebraciones y un sincero deseo de bienestar mutuo. ¿Evitaban el contacto? Tal vez sí o tal vez querían pensar que esa era la forma de evitar algo que nunca sucedería.

Lo sabía. Era el momento de despedirse de él, de su pasado, de sus encuentros, de sus sentimientos.  Su único anhelo era el de haber sido y ser el gran amor de su vida para confortar su alma fragmentada.

Se acomodó en el asiento y, mientras una lágrima surcaba su rostro, dijo adiós con la voz entrecortada por el dolor.

Emaleth

miércoles, 26 de mayo de 2021

Cada día que amanece...

 En algún momento ya hablé de la ansiada libertad que proclama con orgullo el individuo que nace en sociedad bajo el yugo de unas leyes y cultura ya preestablecidas a su nacimiento, pero me veo obligada a extenderlo debido a la situación actual. Recordemos, antes de empezar que todos tenemos derechos y deberes, aunque estos últimos son obviados en favor de los primeros.

Según la primera definición de la RAE, libertad es “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y no de obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Esta última parte es clave, la que olvidan (entre otras cosas, me temo) los defensores de la misma. El individuo es libre y debe respetar unas normas, llámense obligaciones, para asegurar la libertad de sí mismo, de los demás y la convivencia entre todos ellos. El quebrantamiento de una norma es una decisión individual cuya consecuencia es conocida de antemano y, por tanto, aceptada de manera previa al acto. Al menos así debería de ser. Si ir de fiesta desoyendo toda prevención y normativa en una pandemia es libertad, también es parte de ella aceptar la multa por quebrantarla, asumir el posible contagio del virus para uno mismo y para el resto, admitir ser la causa de la muerte de otros, participar irresponsablemente en la saturación del sistema sanitario y, por tanto, empeorar la atención médica, así como alargar de una manera indefinida la permanencia de la enfermedad. Es innegable que hay muchas más implicaciones de distinta índole en las que ahora no me voy a detener, pero cabe destacar que para este tipo de personas la responsabilidad y culpabilidad siempre deriva en otros (usualmente y de forma poco original al Gobierno y los políticos). De ahí podemos considerar la séptima definición que obtiene la libertad según la RAE: “Condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes” No hay nada más que añadir, señoría.

En conclusión, la libertad es algo más que la pretensión de hacer lo que me dé la gana cuando me dé la gana. Así pues, intentemos entre todos volver a esa libertad que reclaman esa parte de la sociedad, ya sabéis, a volver a quedar para beber y comunicarse a través de los teléfonos móviles, aunque todos compartan el mismo espacio…

Emaleth

lunes, 17 de mayo de 2021

El caso II (IV)

 

Relató lo sucedido a Mutter y ambos decidieron hacer una parada para comer y considerar pausadamente todo lo acontecido hasta ese momento. Fue una pérdida de tiempo: todo llevaba una y otra vez a la dirección del principio. Bueno, no tanto, ya que algo le indicaba que Mutter le estaba ocultando algo. Estaba seguro que sabía más de lo que decía, el por qué era lo que no tenía claro.

No había otra posibilidad. Ya no era cuestión de tiempo sino de posibilidades y de una inusitada curiosidad que había suscitado en él ese caso. Quería descubrir qué era ese lugar nexo de las dos familias enfrentadas y qué tenía que ver él con todo ello.

El coche arrancó sin que ninguno intercambiase palabra alguna. Ya se había dicho todo respecto al caso. El vehículo giró en varias ocasiones hasta que entró en un camino que conducía hacia los límites del barrio. Allí, junto a una frondosa arboleda, se hallaba una pequeña tienda; no podía ser más que la Librería.

Pararon frente a la puerta. Mutter miraba con fascinación la fachada. Estaba abstraída, como si no fuera capaz de asimilar que por fin estaba en aquél lugar. Debía ser rápido. Antes de que resurgiera de su ensimismamiento, salió del coche y, con precisión metió un llavín en la cerradura y lo partió. Después se dirigió a la puerta junto a la que estaba sentada Mutter fingiendo abrirla la puerta e hizo lo mismo. El conductor, al darse cuenta de la maniobra, intentó salir del coche, pero no lo dio oportunidad. Lo golpeó con la propia puerta y, antes de que lo intentara de nuevo, lo noqueó con un puñetazo. A continuación, corrió hacia la Librería como alma que lleva el diablo. Por fin, estaba cerca de resolver el caso.

Entró un tanto desorientado. Una campana sonó sobre él y, de repente, una gran luz lo cegó. Mientras intentaba recuperar la visión escuchó una voz que reconoció de inmediato.

¾Me sorprende gratamente verte aquí¾dijo la voz¾. Nunca pensé encontrarte aquí¾comentó con un claro tono de regocijo.

¾¿Qué quieres de mí? ¿A qué te refieres?¾ preguntó alarmado intentando tapar con su brazo la luz que lo deslumbraba.

¾¿Realmente me lo preguntas?¾respondió con ironía¾. ¿Acaso es frecuente verte en una librería?¾preguntó a su vez.

¾No sé de qué me hablas¾contestó¾. Cuentas con ventaja, seguro que los dependientes o Mutter ya te han informado sobre mí. Déjate de juegos y dame lo que he venido a buscar. Hazlo y me iré sin causar problemas.

A penas acababa de pronunciar esas palabras cuando la luz se intensificó y un agudo pitido empezó a sonar en su cabeza. Intentó taparse las orejas con las manos, pero el sonido era demasiado intenso. Empezaba a marearse. No, no podía acabar así.

¾¡Dámelo!¾gritó con las últimas fuerzas que le quedaban. Después cayó inconsciente.

 

¾¡Calvin! ¡Calvin! ¿Estás bien?¾preguntó una voz familiar con preocupación.

Abrió los ojos y vio a su madre, Mutter, zarandeándolo. Junto a ella estaba su maestra, la clienta, hablándola.

¾No sé qué ha pasado¾decía asustada¾He llegado y al verlo le he dicho lo sorprendida que estaba de verlo. Acto seguido ha empezado a gritar como un loco ¡dámelo! ¡dámelo!

Calvin entonces lo comprendió todo: se había quedado dormido en la sala de lectura que tenía la librería intentando acabar de leer el libro sobre el que debía hacer una redacción para el lunes. Cerró el libro y allí estaba en la portada el nombre que se repetía en sueños, el libro que tanto fantasiosos como pensadores buscaban.

Sonrió, esa noche volvería a la Librería, se enfrentaría al caso, a la clienta, a Mutter, a las familias Mighty y Wisdom y nada ni nadie podría detenerle…

Fin

Emaleth

martes, 11 de mayo de 2021

El caso II (III)

 Al llegar, no lograba apartar la mirada de la impresionante fachada neoclásica del edificio. Cuando se acercó al escaparate pudo apreciar cuidadas obras de grandes científicos y pensadores tales como Newton, Lavoisier, Aristóteles o Kant. Todas estaban sobre pequeños caballetes rodeados por pequeños instrumentos como astrolabios, probetas o cámaras fotográficas a modo de decoración.

Entró junto a Mutter y, mientras ella preguntaba por un tomo del filósofo romano Boecio, observó cada elemento que se hallaba a su alrededor. Las estanterías estaban repletas de libros divididos por temáticas, con ordenación alfabética y tomos de una misma escala cromática. No había ningún libro que tuviese una ligera inclinación ni que sobresaliera o destacara de los demás. Era un ambiente artificial, frío y aburrido.

Disimulando su aversión, se dirigió a uno de los dependientes más próximos que era igual de neutro que todo lo demás. Podría haber pasado por un maniquí de cualquier gran almacén. Lo saludó con un leve gesto de cabeza y extendió una tarjeta donde se podía leer su nombre y cargo a modo de presentación. En silencio, él la recogió y de inmediato esbozó una sonrisa que le puso los pelos de punta: parecía inhumana.

¾Buenos días señor Miracle¾dijo sin entonación¾. Es un placer conocer al nuevo profesor adjunto de la universidad. ¿En qué puedo ayudarlo?¾preguntó servicialmente.

¾Buenos días¾respondió amablemente con una sonrisa¾Acabo de llegar de un interesante viaje por las ciudades más antiguas de Europa. Durante el mismo, distintos sabios estudiosos de los misterios aún sin descifrar de la historia y de la humanidad me hablaron de una misma obra perdida. Ninguno conocía su contenido con seguridad, aunque todos coincidían que quien lo tuviese en su poder podría cambiar el rumbo del mundo tal y como lo conocemos.

¾Parece hablar de algo demasiado vago e impreciso. Me atrevería a decir que tiene más que ver con algo relativo a la magia¾dijo con un tono despectivo¾. Creo que se ha equivocado de lugar. Si me disculpa…

¾Me temo que debo insistir¾dijo con gran seriedad¾. No creo equivocarme de lugar, aunque tal vez sí haya sido un tanto impreciso y misterioso a la hora de hablar de ello. El nombre del libro en cuestión está en el reverso de la tarjeta. Si pudiera echarle un vistazo discretamente…

El dependiente asintió complaciente y giró la tarjeta. Cuando la leyó, su mano empezó a temblar ligeramente mientras su cara reflejaba sin disimulo su sorpresa y, probablemente, temor. Sí, era temor lo que transmitía. Parecía que su intuición lo había guiado una vez más correctamente.

¾Si me disculpa un momento, debo consultar a mi superior¾dijo con voz entrecortada¾. Volveré enseguida.

Entretanto, Mutter, que todo lo observaba, le indicó que lo esperaba fuera. La cosa parecía ponerse fea y no quería que lo relacionasen con él.

Tras unos incómodos minutos de espera, el dependiente apareció de nuevo.

¾Nosotros no podemos ayudarlo. Coja esta tarjeta y acuda a la dirección indicada¾dijo tendiéndole una tarjeta negra con llamativas palabras doradas¾. Allí lo entenderá todo.

Cuando alzó la vista, el dependiente ya no estaba. No le importó porque lo transcendente estaba entre sus dedos. La dirección era la misma escrita por la mujer que le encargó el caso. Todavía conmocionado por el descubrimiento, salió del local y montó presurosamente en el coche.

¾Vayamos a la otra librería¾dijo rápidamente¾. Te lo contaré por el camino.

Ella aún seguía sorprendida cuando llegaron a la librería del señor Mighty. Sin embargo, esta vez prefirió esperar en el coche. No le importó.

Antes de cruzar la puerta, se obligó a mirar el escaparate. Sin duda era enormemente abrumador. Los colores y las ilustraciones de los libros lo cautivaban de una forma magnética. No tenían necesidad de complementos u adornos para atraparte. Entre ellos, puedo ver las obras de Tolkien, de Julio Verne, incluso de Lovecraft. Por un momento olvidó su cometido y entró gratamente sobrecogido. Dentro continuaba el espectáculo, era difícil concentrar su mirada en algún lugar determinado. Podría allí pasarse horas y horas sin ningún atisbo de aburrimiento: libros entre figuras de dragones, de héroes, de seres mitológicos…

Una voz lo sacó de su ensimismamiento. Era la voz de una mujer joven con una vestimenta desenfadada y alegre.

¾Buenos días¾dijo alegremente¾¿Puedo ayudarlo en algo?

¾Buenos días¾ respondió sonriendo¾En primer lugar debo felicitarla por el estupendo lugar en el que me hallo¾dijo mientras ella le devolvía la sonrisa¾Lo segundo es presentarme adecuadamente. Tome mi tarjeta¾dijo tendiendo la misma que en la librería anterior.

Ella se asombró al leer el cargo que ostentaba. Lo hizo sin disimulo alguno, pero no trató de cortar la conversación o invitarle a salir de la tienda.

¾Acabo de llegar de un viaje por las ciudades más antiguas de Europa¾dijo utilizando el mismo argumento que anteriormente añadiendo algún pequeño cambio¾. Durante el mismo, entre las ruinas de distintas civilizaciones, un idéntico nombre se repetía escrito en ellas¾confesó haciendo una pausa para comprobar que tenía su total atención¾. Indagando entre los hombres más sabios de cada lugar, pude averiguar que era el nombre de un libro cuyo contenido podría cambiar el mundo tal y como lo conocemos.

¾Es una historia realmente fascinante¾dijo la chica con los ojos brillantes de la emoción¾. ¿Podría conocer el nombre de tal obra?¾preguntó tímidamente.

¾Sin duda¾respondió¾He aquí en el reverso de la tarjeta donde puede leerlo. Si pudiera ser discreta, se lo agradecería¾dijo buscando su complicidad.

¾Por supuesto¾contestó. Tras leerlo, enmudeció y su piel palideció. Visiblemente alterada, se disculpó y desapareció durante unos minutos igual que su predecesor.

¾Disculpe la espera¾dijo cuando regresó¾no podemos ayudarlo con su búsqueda. Sin embargo, le entrego esta tarjeta con una dirección donde sin duda encontrará las respuestas a su búsqueda.

Agradeció su ayuda y se dirigió hacia la salida. Mientras lo hacía, pudo comprobar una vez más que era la misma dirección escrita en la primera de las tarjetas. Se preguntó por qué tanto misterio o qué o a quién encontraría allí.

Emaleth