domingo, 13 de julio de 2008

Epístola

La distancia supo aliviar mi alma con el simple gesto reintentar reconstruirla con los pedazos que aún yacían dispersos en un valle que, hasta entonces desconocía lo que era la oscuridad. Los recuerdos que sobrevivían se transformaron en grotescas muescas que no permitían discernir lo agradable de lo doloroso, lo que pudo parecer bueno y desembocó en sombras donde no había respuestas a un simple por qué.

No, no permitiré que me venzas, todavía el telón no ha caído. Es hora de dar a conocer un yo que se ocultaba en los rostros de los demás; es el momento de subir de la caverna en la que había estado subsistiendo pues todo quedó en cenizas. El fuego se ocupó muy bien de cumplir la obra que le mandaste, tan bien lo hizo que puedo con el profundo lazo que me unía a ti momentos antes de perder la consciencia.

Amor, Amor, Amor… es curioso pronunciar tu nombre y no sentir más que aversión por algo que llegué a creer que me pertenecía. Sí, el Amor que defienden los poetas no es más que una composición de letras que colma las ilusiones de las personas para luego romperlas cuando han probado la dulce miel del fin anhelado.

Yo, hijo repudiado, lucharé hasta derrocar tu altanera sapiencia amatoria para que pruebes el rencor de gente semejante a mí en el momento en que se tornen para darte la espalda. Sólo será para que sientas lo que todos padecemos cuando perdemos el favor de estar en tu caluroso y lujurioso regazo.

El Odio, eterno enemigo tuyo, me adoptó sin condiciones previas. No fue él quien consiguió que mi corazón tornase a fría piedra de cristal, no fue él quien lo destruyó por un absurdo capricho ni tampoco fue él quien le dirigió una dura mirada de desprecio. Bien sabes que fuiste tú, divina Afrodita, tú, codiciado manjar de los mortales a quienes manipulas para apropiarte de lo mejor que poseen y tirar después el envoltorio que los cubre. Sí, a ti te acuso, portadora de engaños, proveedora de felicidad y consuelo para aquellos ojos que lloran, para aquellas bocas que no conocen lo que es una sonrisa, para quienes no saben lo que es ser querido….

Mis ojos aún siguen mojándose en las tinieblas en las que están condenados pero, no es por ti, sino por el dolor que me causa verme, por no tener motivos para seguir luchando por algo inalcanzable para pobres mortales como yo.

El orgullo me domina, el odio me hace sentir vivo y sólo alcanzaré alto semejante a la felicidad cuando perezca por la miseria que me causará darte muerte.

Ya puedo ver la luz que señala el camino que conduce al tuyo, a tu final. Será entonces cuando podré darte lo que nadie se atrevió a ofrecerte nunca aunque, para obtenerlo, tengas que sufrir, con o sin consentimiento, la marca del rígido dedo de la justicia, a la que tú llamarás venganza, dictando tu pena de muerte y cumpliéndola al cortar los hilos que rigen tu vida.

No te preocupes mi Amor, que yo estaré contigo para que juntos caigamos en un abismo en donde ni el propio Orfeo conseguirá sacarte en lo que reste para el final de los tiempos….
Vanesa

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