martes, 30 de septiembre de 2008

PRIMER DÍA

Expectantes muchos. Otros, ya de vuelta. La mayoría escépticos, indiferentes, pasotas desangelados. Yo, en frente. En la tarima de un poder falaz, atribuido solo por la relativa experiencia de algunos meses más de estudio y la ventaja de los años.

Sois una masa informe de nombres, de caras insípidas, de momento anónimas. Inexpresivas o demasiado elocuentes, sobre todo las hostiles. Y algún mero brillo de interés en dos o tres raros.

Yo, la desconocida. La maga o la bruja que ha de moldearos, según se mire. Para bien o para mal. Quién sabe... Voy a jugar a crear ilusiones. Sois la materia transformable, sois mis potenciales artistas o, tal vez, ya desde ahora, ya desde antes. Lo sois.

Mi herramienta: la ilusión. Mi barro, vuestras cabezas desarmadas, mis piezas a ordenar. Quizá jugaré a ser dios este año, creándoos un mundo más apetecible, tallando cada una de vuestras inquietudes, buscándolas.

Que no me desalienten tantos hombros elevados, tantas cabezas inclinadas hacia el suelo, tantos brazos descolgados. Que no consigáis vencerme, inocentes, con la desidia. Que tire para arriba de aquello que tenéis bien guardado, que no sacáis porque, en vuestra jerga, no os da “la gana”. Porque sois grandes, muy grandes. Creo en vosotros.

Porque, tópicos a parte, todos tuvimos nuestras caras, nuestras corazas y defensas, nuestros recelos y mordazas, en el primer día.

Marga

sábado, 27 de septiembre de 2008

El Mar y Tú

Podrías haberte quedado un siglo en él. Rodeado por sus maravillosas olas, acariciando su espuma y dejándote llevar por su brisa. Ese momento es uno de esos instantes en los que no querrías estar en otro lugar salvo allí. El eco queda atrás, el agua se lleva la molesta arena, solos tu y el mar... de pronto no existe algo llamado mundo. Tu te entregas a él y sientes que el devuelve esa pasión sin palabras, dejándote que tus pasos te lleven a la profundidad que entre los dos pactáis, siempre con un lenguaje mudo, envidia de los que miran desde la orilla.

Pero de pronto, llega un momento en el que debes salir, debes regresar, volver... en realidad no es un deber, ni un deseo, en ese instante parece que es “lo que toca” , triunfa el “en algún momento tiene que acabar” y aun con las olas acariciándote los tobillos inicias el camino a la vida de siempre, no sin antes echar una mirada atrás sin poder evitar sonreír.
Sin embargo, a medida que tus pasos se alejan del mar, notas como su memoria invade lo mas profundo de tu alma, al principio con la dulce ensoñación de un recuerdo cercano, pero poco a poco vas notando un sentimiento desgarrador, la añoranza trae consigo algo que podría definirse como dolor y las palabras “Te echo de menos” adquieren su sentido mas puro: tu alma echa de menos al mar con toda su alma.
Una vez mas vuelves a sentir aquello: es uno de esos instantes en los que no querrías estar en otro lugar salvo allí... pero ahora hay una diferencia esencial: Ya no estás allí.

Cuando finalmente regresas a tu vida todo se hace mas tibio, mas tenue... el recuerdo queda un poco al margen pero de vez en cuando se recompone cuando vuelves a intuir el olor a mar, eso sí, ahora es una sensación un poco más dulce, cada minuto que pasa es un minuto menos que queda para volver a saltar olas, para volver a zambullirte en él. Tu vida esta partida entre realidad y sueño hasta tu regreso... el regreso, único momento en que tus dos mitades vuelven a ser uno y uno con el mar.

Él, siempre misterioso, espera y desea tu vuelta... no puedes confiarte ya que no deja de ser peligroso, caprichoso y demuestra a los incautos que no se deja domar o dejaría de ser mar. Es como si susurrara: “a esto debes acostumbrarte...“

A pesar de todo y a pesar de nada , al menos yo...
... no podría vivir sin él.

Emilio

domingo, 21 de septiembre de 2008

Soledad

Asomó la cabeza por el pequeño ventanal que separaba su refugio de la realidad. Pocas veces se sentía tentado de hacerlo. Le gustaba el contacto del aire en su rostro pero no podía evitar sentir temor pensando que alguno de los males del mundo lo alcanzase y le contaminasen.

Sabía que era un extraño para todos aquellos que parecían llevar lo que llamaban vida normal; no importaba, ellos también lo eran para él. No buscaba el amor egoísta de los demás, ni adormecer sus sentidos y sus pasiones rindiéndose al tic tac de un reloj marcado por las obligaciones y los deberes. No se consideraba un ser asocial, tal vez alguien al que otorgaron la existencia en un lugar y en un momento equivocado.

Las estrellas iluminaron su rostro. ¿Habría una para cada persona o tal vez sólo para los que detenían el tiempo anhelando ver una luz en la oscuridad? Lo ignoraba pero le gustaría pertenecer a esa inmensidad y con la mirada de un alma inconmensurable poder alcanzar un saber concedido solo con el paso del tiempo.

Se detuvo una vez más con la mirada perdida en el infinito. Suspiró, se volvió y supo que pese a sus anhelos únicamente le quedaba volver al cobijo de su cuarto, a ese almacén de sueños frustrados que no cesan de luchar a pesar de lo débil de su aliento. Ellos le acompañaban, eran parte de él, eran el único testigo de su existencia…
Vanesa

martes, 16 de septiembre de 2008

¿Tienes aceite?

Lo sé, lo sé. Lo primero que nos viene a nuestra pervertida mente cuando leemos ese titulo es el de una tía buenorra (u hombre maduro y atractivo, sírvanse a voluntad) llamando al timbre de nuestra casa con una camisa larga a la que faltan por abrochar un par de botones dejando entrever un preciado canalillo... pero no, no os voy a hablar esta vez de sueños eróticos, de hecho me voy a mover en el campo de la inocencia de los cuentos, concretamente en uno de mis favoritos: el Mago de Oz.

El Mago de Oz es un cuento para niños lleno de mensajes para adultos. Unos personajes que conocen sus defectos se lanzan a una gran aventura en la búsqueda de una solución milagrosa siguiendo un camino que otros antes han recorrido y sorteando miles de obstáculos y peligros. Durante el trayecto, el lector descubre que todos ellos demuestran con creces poseer esas características de las que presumen carecer y que con tanta ansia quieren pedir al mago.

Hay un personaje del que me gustaría hablaros especialmente: se trata de “El hombre de hojalata”. Ese leñador transformado en hojalata por una bruja malvada y que ya no tiene corazón que ofrecer a su amada. Un hombre que técnicamente no puede amar pero que llora como el que mas y tiene mas sensibilidad que el espantapájaros, Dorothy, el león y Toto juntos. Y es que nuestro hombre de hojalata conoce algo de sí mismo de lo que ni tú ni yo solemos darnos cuenta y es:

Sabe perfectamente que se oxida y que de vez en cuando necesita aceite.

Porque amigos, todos de una forma u otra nos oxidamos, y no hablo únicamente de hacernos mayores (o viejos), si no de que nuestras esperanzas se corroen, nuestra vida se hunde en la monotonía y llega un momento en el que estamos hastiados de todo. Por eso debemos aprender del hombre de hojalata.
Es imposible no tener esos momentos malos, apagados, duros, tristes, cuesta arriba... pero lo que sí que está en nuestras manos es conocer el aceite que nos funciona y dar un poco a nuestra gente cercana para que sepa como ayudarnos cuando llegan uno de esos días.

En el fondo estoy hablando del diálogo con la vida que analizaba Iván en una entrada anterior. Cada uno de nosotros debe conocer el “aceite” que realmente le carga las pilas, que hace que crezca de nuevo la ilusión: un café con nuestro mejor amigo, ver el mar, detener la vida durante un rato y sacar tiempo solo para nosotros, realizar actos de solidaridad, participar en foros o blogs donde mostrar un poco de nosotros mismos, escribir un diario, ese abrazo o ese beso... se trata de probar, de buscar dentro de nosotros aquello que nos hace renacer, nuestras fuentes personales de la eterna juventud y una vez encontremos algunas... saber con qué personas compartir el poderoso secreto de “alegrarte el día”.

¿Tienes aceite?, si no es así... ¿a que esperas para descubrirlo?... y si lo tienes ¿a qué esperas para compartirlo?

Tienes más poder sobre la preciada felicidad de lo que imaginas.

Emilio

sábado, 13 de septiembre de 2008

Diálogo con la irracionalidad de la vida

La felicidad es ese sentimiento difícil de precisar que desde tiempos remotos han ansiado los filósofos, suspirado los poetas y enriquecido a los que dicen saber enseñar a alcanzarla. Las definiciones del término felicidad varían en cuanto a la subjetividad del individuo y se cuantifica respecto a los instantes en los que se manifiesta.

Si San Agustín diferenciaba distintos momentos en el tiempo, ya Aristóteles, a pesar de su filosofía teleológica (del fin) de la felicidad, precisaba el sentimiento de ésta como instantes irregulares en el aspecto temporal de la vivencia. Por tanto, hemos de aceptar que el ser feliz no es algo constante en nuestro día a día y que la interactuación de mi individualidad con la vida tampoco ha de causarla ya que la irracionalidad domina en ambas.

El transcurso del instituto, de la facultad se presenta como un tiempo pleno en nuestro recuerdo porque dentro de la cotidianeidad de los horarios surgían pequeñas cosas que la rompían, que te hacían sonreír, valorar cuanto te rodea y sentirte parte imprescindible de todas ellas. En ese momento todo encajaba, se obtenían constantes resultados que te acercaban a las metas anteriormente propuestas, aceptabas las derrotas como obstáculos a superar y las esperanzas borraban todo atisbo de imposibilidad y desánimo.

La superación de la facultad es el salto al abismo, a un camino que se forja a través de la incertidumbre de ese día a día que mina las esperanzas, las convicciones, los intentos por alcanzar metas que cada vez quedan más lejanas,…

La separación de aquellos amigos que siguen distintas sendas, la inseguridad del mañana nos hacen refugiarnos en las sólidas paredes del ayer porque olvidamos lo mucho que también nos costó construirlas en aquellos tiempos.

La tristeza del hoy no es la falta de interactuación con la vida sino el vacio que sentimos en uno o varios aspectos de nuestro ser. Esa tristeza proviene de los intentos fallidos que tratan de llenarlos.

No hay que ser conformista ni pasivo en el transcurrir de la vida, no hay que obsesionarse con la búsqueda de la felicidad sino que hay que seguir luchando y comprender que hay fuerzas que se escapan a nuestro control. A veces, hay que volverse hacia la naturaleza, observar, escuchar y aceptar la irracionalidad de los acontecimientos que nos rodean porque como dijo Nietzsche “Incluso el más racional de los hombres necesita volver de vez en cuando a la naturaleza, es decir, a su fundamental actitud ilógica, hacia todas las cosas” (Humano, demasiado humano).
Vanesa

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Lágrimas

El mendigo comenzó a contar su historia al calor de la hoguera:

"Recuerdo infancias e historias de niños, de aquellas ceremonias de alegría en las que el vino mezclado y jarras de cerveza se cedían de mano en mano, recuerdo bien como aquellos niños, en su afán de aparentar ser hombres, trataban de beber lo máximo posible sin vomitar. Para ellos, ser hombre significaba tragar alcohol obligando al estómago a retenerlo."

El medigo hizo un ademan con la cabeza mientras atizaba un poco las brasas con un ennegrecido palo.

"Poco después, ya en la adolescencia, se dieron cuenta de su estupidez. A veces, vomitar era lo más sensato cuando nuestro cuerpo nos lo pide y este hecho poco tiene que ver con la hombría... Ahora de adultos lo hacemos sabiendo que no es tan malo, no perdemos nada ya que no hay nada que demostrar, se da por supuesto que somos hombres y vomitar nos ayuda a dar un respiro a nuestro pobre estómago cuando no puede aguantar más."

Miró a sus compañeros de esta noche, todos escuchaban y ninguno discutiria sus palabras hasta el momento, todos sabían que era cierto.
A veces contaban historias, porque parecía que los cuentos hacían olvidar el hambre. Volvió a centrar su mirada sobre el fuego y su voz continuo tejiendo lo que realmente quería contar:

"Sin embargo, la lección no está del todo bien aprendida cuando la situación se repite en los adultos: pero sustituyendo el alcohol por emociones.
Las emociones que llenan nuestro alma y llega un momento en el que debemos expulsar parte de ellas fuera... momento en el que nuestra alma pide una liberación, y sin embargo no cedemos esta tregua a nosotros mismos, lo que antes tratábamos de obligar a nuestro propio cuerpo a aguantar, acabamos esclavizando para lo mismo a nuestra propia alma y al final el malestar puede ser horrible...

Lágrimas.

Las lágrimas son lo que expulsa nuestro alma, las lágrimas es lo que “vomita” nuestro corazón cuando ha quedado desbordado por una embriaguez de emociones y sin embargo, pocos nos damos cuenta de que es bueno dejar a nuestra alma llorar, pues así podremos continuar disfrutando de las emociones que recibimos, así podremos contemplar el mundo en vez de ocupar nuestra atención reteniéndolas...

Pero hay una diferencia esencial entre lo relacionado con nuestro cuerpo (y el alcohol) y lo relacionado con nuestra alma (y las emociones), al cuerpo podemos obligarle en cierta medida a expulsar aquello que le sobra de lo que le hemos dado, forzar el vomito es tan sencillo... pero las lagrimas tienen un único momento, su momento... y poco deberíamos poder controlar ese instante en el que la primera gota nace de nuestra vista, de nuestros ojos, espejos del alma, y surca su camino hacia la tierra, hacia su caída. Si retenemos el momento, lo perderemos..."

En ese instante se abrió un dialogo entre aquellos desafortunados, y por un momento dejaron de ser mendigos para ser sabios: hablaron de sus experiencias, de las emociones que habían retenido en su interior por tanto tiempo y de sus vidas y no vidas.
Sabios... hasta que el recuerdo del hambre volvió y les vomitó de nuevo a la realidad.

"Si retenemos el momento, lo perderemos..."

Emilio

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Diálogo con la vida

Siento que no soy feliz. No consigo encontrar aquello que me enganche a la vida. No consigo motivación alguna. No consigo ilusionarme con nada. No encuentro forma de reengancharme, de devolver la sonrisa a mi cara y conseguir las fuerzas necesarias para seguir adelante.

Pero empiezo a ser consciente de que algo en mí ha empezado a manifestarse. Creo que ya empiezo a conocer qué es lo que me ocurre: he perdido todo diálogo con la vida, con los elementos y esto está haciendo que me pierda grandes cosas.

Hace ya mucho tiempo, desde que me levantaba hasta que me acostaba estaba interactuando continuamente con los elementos, con el mundo: el sonido del despertador, los libros, las clases, los cafés con los compañeros, las dichosas prácticas de la facultad, las horas de biblioteca, las comidas, mi familia, las largas tardes con mi abuela, el viento golpeando mi cuerpo montando en bicicleta, el canto de los pájaros, el ladrido de un perro, el crepitar de la lluvia al caer, el olor de la naturaleza en estado puro… todo ello era interacción continua, diálogo con las cosas, con la vida. Todo ello, era un continuo reto, una ilusión continua. Cualquier logro, por mínimo que fuera, se convertía en una alegría, en un estímulo.

De un tiempo para acá, me he dado cuenta de que me he cerrado en mí mismo, de que he perdido toda conversación con las cosas y la ilusión de los pequeños retos conseguidos y no he sido consciente hasta que esta situación me ha corroído por completo. Me ha hecho volverme pasivo e inconformista con la vida, esperando cosas que quizá no lleguen nunca. Me ha debilitado y me ha hecho muy inseguro.

Pero esto ya se acabó. A partir de ahora, volveré a sonreir, volveré a conversar con los elementos, con mi vida. Voy a aprender a disfrutar de cada minuto que me ofrezca, de cada pequeño logro que vaya sucediendo. Voy a volver a contar con todo lo que me rodea. Voy a aprovecharlo y a no esperar metas inalcanzables. Voy a hacer que la vida venga a mí en lugar de ir yo a ella. Como bien diría un buen amigo mío, voy a dejar de desquiciar mi vida. Voy a dejarla que me refresque la existencia, que de valor a todo lo que hago sin menospreciar todo lo hecho.

Amigos míos. Si también vosotros habéis perdido el diálogo con la vida, si os encontráis apenados y no sabéis el por qué, si os encontráis infelices, os animo a hacer un parón en el camino y a reflexionar sobre ello. Vuestros corazones os lo agradecerán y os encontraréis a buen seguro un poquito más a gusto con vosotros mismos.

¿Qué hacéis vosotros para mantener el diálogo continuo con la vida?
¿Qué os hace sentiros fuertes y felices en el día a día?
Abro el diálogo porque seguro que no soy el único que se encuentra en esta misma situación y espero vuestras opiniones y vuestra participación, para aprender de vosotros y todos podamos compartir nuestras ideas y experiencias.
Iván