miércoles, 5 de noviembre de 2008

El castillo de If

Aunque la melancolía no entiende de sexo, estado ni religión, lo cierto es que imaginar a nuestra princesita envuelta en tules rosas oteando el horizonte desganada toda la eternidad, o contemplar a un joven y apuesto príncipe cubierto de harapos y dudando incluso de sí mismo una y otra vez nos parece especialmente chocante, como si no tuvieran derecho a sentirse aislados y nos sintiéramos profundamente engañados. Suponemos como adultos pero apelando a lo irrazonable que para estos seres perfectos, las empalizadas rectangulares, con goteras y enrejadas, son lugares de transición entre la desgracia y la felicidad, pero nunca total y eternamente habitables.

Sin embargo, no convendría olvidar que de niños todos fuimos príncipes y princesas cuyas vidas giraron en torno a una torre, razones antropológicas aparte y Pretty Woman o Disney también. Imaginación y realidad se fundían en nuestra torre, que era transparente (entonces no teníamos doblez) pero también misteriosa, situada en lo más recóndito de nuestra alma y siniestra por necesidad. Escondite en unos momentos, fortaleza a la que pretendíamos acceder en busca de protección, prisión de otros –nunca podremos estar seguros de los sentimientos ajenos-, prisión de nosotros mismos –la comunicación es fluida sólo al noventa por ciento-. Con el tiempo dejamos de ser príncipes y princesas, pero la torre no desapareció, simplemente adoptó otra forma, ahí continúa, en la atalaya, rodeada de rocas afiladas entre olas de hierba o de aguas reposadas o quizá enfurecidas.

Que tengamos una torre polivalente no es ni bueno ni malo. Se escapa a los juicios éticos, incluso a la propia voluntad. Minúsculo espacio donde tratamos de entendernos a nosotros mismos, el lugar inaccesible a cualquiera que no sea su dueño, aunque incluso a éste le resulte inabarcable. Los problemas vienen cuando se convierte en el epicentro absoluto, refugio o asedio eterno, obsesión enfermiza que nos desquicia y desorienta el resto de nuestra vida.

En lo más alto de la más alta torre dicen que está la princesa. Lo que no cuentan es que hubo príncipes con vértigo y princesas tan dependientes de sus cadenas que nunca podrán ser rescatadas.

Vicky

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