jueves, 20 de noviembre de 2008

la última parada

El vaivén del autobús a esa hora de la mañana tenía un efecto adormecedor en todos los viajeros. Aún sin cerrar los ojos cada uno de ellos andaba sumido en un profundo sueño (o debería llamarse ensueño) que les hacía ser un mobiliario mas entre las barras y asientos del vehículo.
Ella se desperezó al ver que llegaba la parada. No era su parada, sin embargo, en esa parada subiría él.

El autobús frenó.

Un hombre mayor buscaba en su bolsillo algo que enseñar al conductor y mientras, ella impaciente miraba por la ventanilla.
“Tal vez este viniendo corriendo, seguro que se le ha pegado las sabanas”
Y sonrió ante la idea de verle venir corriendo con su maletín a cuestas, subiéndose las gafas y sujetando los bolsillos de la chaqueta.
Limpió el vaho de la ventana pero ni un alma pasaba por la calle. El anciano tomo asiento justo donde debería sentarse él. Ella estuvo a punto de decirle que ahí no debería sentarse, había muchos asientos libres del autobús a esa hora ¿por qué debía ocupar justo ese?... pero se retuvo de montar un espectáculo por, lo que para el resto de los mortales, era una estupidez.

El autobús cerró sus puertas.

En ese momento, una vez más tuvo que volver a hacer acopio de toda su fuerza de voluntad (o sentido del ridículo) para no gritar al conductor que aún faltaba él por entrar, que hiciera el favor de abrir la puerta... sin embargo, el autobús comenzó su rutinario viaje hacia la siguiente parada, pero para ella, todo había cambiado.
“¿Dónde estaba? ¿qué podría haberle pasado?”
Poco a poco lo que antes había sido ensueño comenzó a tomar tintes de pesadilla.
“Tal vez le han despedido” pero no creía que fuera así, ayer mismo portaba su eterna sonrisa, parecía lleno de confianza. No, nada le preocupaba. Además era inteligente si estuvieran a punto de despedirle lo hubiera visto venir y su actitud habría cambiado.
“Debe haber sido un imprevisto” eso le sonaba mucho mejor, pero, ¿qué tipo de improviso podría haber cancelado repentinamente su cita diaria?
“Tal vez un accidente, algo grave ha ocurrido a un familiar”, poco a poco fue trazando imaginariamente a cada uno de los miembros de su familia.
“Tal vez su mujer... o Dios mio, muerta” La luz roja del semáforo la deslumbró como un mal presagio. Ella estaba en la ducha y resbaló, cuando él entró vio un baño de sangre. Los del SAMUR poco pudieron hacer. “Estas cosas pasan” escuchó susurrar a uno de los enfermeros mientras las lágrimas de impotencia y de incredulidad nacían de sus ojos. ¿Por qué a ella? ¿por qué? Preguntaba mientras el espejo en su reflejo le devolvía solo incógnitas, ninguna respuesta.
Ella pensó que era terrible, pero de pronto a su cabeza llegó algo peor. Intranquila trato de quitarse esa idea de la cabeza, “no, no puede ser” pero de pronto todo iba tomando sentido. Su mujer no se daría una ducha a esa hora de la mañana, seguramente se levantara una vez él se hubiera ido... el imprevisto debía tener que ver con él. ¿Herido? Recordó su imagen hace 6 meses cuando subió a este mismo autobús armado con sus muletas asegurándole al conductor que se había auto lesionado para poder sentarse “legalmente” en su sitio favorito. Si estuviera herido... estaría allí, él era ese tipo de hombres. ¿Y muerto?. Poco a poco la imagen que antes le había levantado una sonrisa volvió a su mente, el corría porque llegaba tarde a coger el autobús y de pronto... aquel vehículo iba muy por encima de la velocidad permitida pero a aquellas horas poco era el tráfico que envolvía la ciudad. No les dio tiempo a reaccionar, a ninguno de los dos... él que se resistía a tomar el coche, o incluso a sacarse el carné, había visto truncada su vida precisamente por un hombre imprudente armado sólo con ese vehículo.
Se tapó la cara con las manos.
La gustaría ir al tanatorio y dar el pésame a su esposa. Había sido un gran hombre, fiel a cada una de sus citas, siempre lleno de optimismo, capaz de afrontar los días tristes con una sonrisa y resolver cada uno de los problemas que le había planteado la vida. La gustaría haberse podido despedir de él, decirle hasta que punto le admiraba. Siempre amable con las señoras mayores, incluso con su pierna escayolada. De pronto ella empezó a concebir una mañana tras otra sin él. Sus días habían cambiado irremediablemente, para siempre. A partir de ahora todo sería un poco mas triste. Ojalá hubiera tenido tiempo para despedirse.

El bus paró. Ella levantó la cabeza y le vio.

Él tenía pinta de haber corrido un maratón. La camisa fuera del pantalón, la chaqueta a medio poner y completamente despeinado. Casi sin poder tomar aliento la sonrió.

Ella le devolvió tímidamente la sonrisa y miró hacia la ventana, como cada día hacía.
Con un suspiro dejó marchar todas las ideas que habían revoloteado en su mente y volvió a ese estado de ensoñación dejándose llevar por el vaivén.
Ahora todo volvía a la normalidad: él seguiría siendo ese eterno desconocido, ella la amante obsesiva de su rutina.
Le perdonó, por esta vez, que no se sentara en el asiento de siempre

Emilio

1 comentario:

Ivan dijo...

¡Joe Emilio!
¿De dónde sacás estas historias?
Puff, mucho nivel veo por aquí.