Estás con él pero haces como que escuchas a tu madre mientras voltea la tortilla que su marido (y tu padre) desmiga desganado en la barra, allí donde das vueltas al café entre susurros de tu amiga, reescribiendo sus silencios y suprimiendo toda la hojarasca previa.
A veces te sientes cansado. Te reclinas en esa silla poco agradecida que cambias, espontánea, por ese sofá corrosivo con el que empatizas junto a tus propios friends. Pero no es cierto, porque acabas de asestar cincuenta puntos y abres la puerta de tu casa entre amagos de quién sabe qué (Dicen que a buen entendedor pocas palabras bastan)
Quieres divertirte, aunque no sabes cómo, las opciones son infinitas cuando te pasas la vida repasando líneas estadísticas o puliéndote las del destino, culpa entonces de la Comedia aristotélica. Te interrumpes cuando entra el vecino insolente en el ascensor, cambias de marcha con dificultad (maldita cuesta), interpretas erróneamente los destellos vacilantes (era Petrarca) y sueñas psicoanálisis en la noche.
Me pregunto si vale la pena abarcar tanto si tu corazón no se ralentiza y te asfixias en la divina niebla que debería escupirte.
A veces te sientes cansado. Te reclinas en esa silla poco agradecida que cambias, espontánea, por ese sofá corrosivo con el que empatizas junto a tus propios friends. Pero no es cierto, porque acabas de asestar cincuenta puntos y abres la puerta de tu casa entre amagos de quién sabe qué (Dicen que a buen entendedor pocas palabras bastan)
Quieres divertirte, aunque no sabes cómo, las opciones son infinitas cuando te pasas la vida repasando líneas estadísticas o puliéndote las del destino, culpa entonces de la Comedia aristotélica. Te interrumpes cuando entra el vecino insolente en el ascensor, cambias de marcha con dificultad (maldita cuesta), interpretas erróneamente los destellos vacilantes (era Petrarca) y sueñas psicoanálisis en la noche.
Me pregunto si vale la pena abarcar tanto si tu corazón no se ralentiza y te asfixias en la divina niebla que debería escupirte.
Vicky