martes, 24 de marzo de 2009

Dramatika

La más prestigiosa galería de arte de la ciudad se había puesto al servicio de la fotografía. El nombre de la exposición: Dramatika. En ella iban a ser expuestas fotos tomadas en conflictos bélicos, en momentos terribles del ser humano, en medio de las desgracias que azotaron a muchedumbres.

Nadie que pasará por aquella galería quedaría impávido.

Se hicieron copias enormes de las fotos más famosas:
La foto de kim, aquella niña que corría desnuda tras ser quemada por napalm en la guerra de Vietnam. Foto tomada por el fotógrafo vietnamita Huynh Cong Ut y con la que logró el premio Pulitzer.
O la foto de Kevin Carter (otra ganadorá del Pulitzer) en la que se veía a un buitre a la espera de que una niña de Sudán muriera de hambre para tener su propio banquete.
También se podían presenciar, casi en tamaño natural, escenas de muerte captadas con una cámara, esta vez por Eddie Adams en la ejecución de Saigon.
Y así, muro tras muro los visitantes de la galería veían impactada su retina con terribles imágenes hasta que un brillo familiar para algunos, remotamente olvidado para otros, surgía en cada pupila.
Thich Quang Duc envuelto en llamas en su protesta pacífica ante el teleobjetivo de David Halberstam seguido de la agonía de Omayra, recogida por el fotógrafo Frank Fournier, daban como punto final al viaje del visitante en lo mas profundo del dolor, crueldad y tristeza del ser humano.

Sin embargo, cuando aquella exposición parecía que no podía llegar a más el director de la galería expuso, en varios medios de comunicación locales, que iba a abrir una nueva sala que superaría al resto, toda ella con fotos inéditas y desconocidas, pero igual de dramáticas que las ya expuestas.
La apertura de la nueva sala creó una gran expectación. ¿Cómo era posible que fotografías como aquellas hubieran permanecido ocultas hasta entonces?. Mucha gente esperó impaciente para entrar por la puerta el día que la nueva sala se abrió al público.
Pero pronto las caras de expectación y curiosidad quedaron remplazadas por unas de decepción e incluso de enfado al sentirse estafados. La nueva habitación era cuadrada, en sus paredes rebosaban miles de fotos desenfocadas, lanzadas sin flash, tal vez por intentar hacerse demasiado rápido o con la imagen distorsionada por un mal movimiento de muñeca. En el centro de la habitación había una montaña de cámaras de muchos tipos, antiguas y nuevas, profesionales y compactas, de varios tamaños y diseños, pero todas ellas tenían algo en común: estaban rotas, probablemente por una caída.

Pronto la nueva sala estuvo desbordada de murmullos desaprobatorios hasta que el silencio se rehizo cuando el director de la galería habló para explicar el por qué de aquel nuevo aporte a la exposición Dramatika.

“Todos hemos podido contemplar las fotografías que dieron a conocer terribles sucesos de muchos confines del mundo. También todos sabemos que estos sucesos se han dado en muchas más ocasiones que cuando fueron tomados por aquellos reconocidos fotógrafos e incluso, con toda seguridad, suponemos que otras muchas personas, con cámara en mano, presenciaron momentos similares. Esta parte de la galería hace honor a esta gente anónima que no tuvo el suficiente pulso, calma ni serenidad ante la desgracia del hombre como para obtener una foto nítida. Todas estas fotos son las fotos mal hechas ante el dolor más crudo que logró conmover hasta tal punto al autor que no fue capaz de conseguir retratarlo”

La gente asombrada volvió a recorrer las paredes con la mirada y esta vez, por alguna extraña razón, las imágenes resultaron ser impactantes. Lo primero por el número. Las fotografías del tamaño de una cuartilla tapaban casi la totalidad de las cuatro paredes. Miles de fotografías, de malas fotografías, formaban el mural de la última sala de la exposición. Entonces los susurros cambiaron y los visitantes trataban de dar ahora sentido a cada una de las fotos que allí se encontraban: “esta figura debe ser una niña...” “esta debe ser en una guerra...” “oh, Dios mío, este borrón parece una montaña de cadáveres” y las lágrimas no tardaron en aparecer en los emocionados rostros de los que contemplaban aquellas imágenes que nunca habían merecido ser contempladas.

Fue un fotógrafo, cómo no, que trabajaba en el periódico local el que hizo la pregunta que a algunos les había comenzado a surgir: “¿y las cámaras rotas de en medio de la sala? ¿tienen algún sentido?”

“Oh, esas” – respondió el director mirando al montón de mecanismos con unos ojos que trataban de ver mas allá de lo evidente – “también son un homenaje... pero esta vez a los fotógrafos que, en el momento más importante de su carrera, no pudieron seguir siéndolo, lanzaron su cámara al suelo y actuaron como seres humanos ante la desgracia que les rodeaba dedicando todo su esfuerzo en ayudar al necesitado.”

Emilio

2 comentarios:

Emaleth dijo...

Las imágenes no son más que instantáneas de un momento determinado.El efecto que produzca en la persona depende de la humanidad y sensibilidad que ésta posea.¿Hoy en día carecemos de ella? ¿Por qué el abuso desmedido de esas imágenes en el día a día?
Me ha gustado tu escrito Emilio aunque me da pena pensar que realmente hay personas como las de tu escrito:esas que necesitan de alguien para entender el mundo que les rodea porque ya no son capaces de pensar por si mismas y,lo que es peor,no son capaces de emitir juicios propios a no ser que vengan respaldados por un argumento de autoridad que actualmente son representados por el periódico o telediario de turno.

ENDER dijo...

Cómo no, Vanesa siempre dando una vuelta de tuerca más y creando una nueva perspectiva.
Este texto estaba sobre todo dirigido a centrar nuestra vista en el autor de cada fotografía: ¿cómo pudieron mantener la sangre fría en esos momentos para tomar su cámara y disparar? Sin embargo tú das un giro y lo centras en la gente que se encamina a la galería a modo rebaño para que les digan lo que sentir, lo que pensar, lo que vivir.
Muy interesante compañera, es genial que cada relato hable a cada persona de cosas diferentes. ¿Verdad?