miércoles, 1 de abril de 2009

Ginebra

Se quedó mirando con nostalgia las extensas tierras nevadas a las que daba la ventana de sus aposentos. Pensó que en cualquier momento podría aparecer entre los helados árboles un corcel blanco o negro a cuyo lomo iría uno de sus pretendientes para, una vez más, hacerla saber cuánto la amaban, cuánto ansiaba cada uno que se decantase por él, cuánto necesitaban acortar el tiempo y la distancia que los separaban.

Suspiró mientras un escalofrío de placer y, por qué no, de vanidad recorría cada parte de su cuerpo. ¿Acaso podían decir todas las mujeres que habían estado en su situación?¿Qué la comprendían? No. Lo sabía porque todas la miraban con envidia. A pesar de haber competido con damas más bellas que ella, con más poder, con más experiencia en la seducción,...ella había salido triunfante pudiendo mirarlas a todas con un gesto altanero puesto que ya no era insignificante, ni invisible y por supuesto, no era una más.

Aquello de lo que disfrutaba era un regalo pero también un castigo para su alma. Siempre había soñado con un hombre a su lado a quién amar, cuidar, ser su cómplice, su amiga, su amante. Hacía años que alguien así había compartido su vida sin sellarlo en un compromiso minando sus esperanzas día a día, mes a mes, año tras año. La relación se debilitaba y la monotonía les fue separando buscando algo que pudiese devolverles la ilusión y pasión del principio. No sabía de quién había sido la culpa, tal vez de los dos, tal vez de ninguno.

El verano se estaba acabando para dar paso a la soledad y a los miedos personales que siempre le traían los meses del frío, de lo gélido. No era feliz, no era capaz de andar sola en el día tras día, no pensaba que podría sobrevivir entre esas cuatro paredes que parecían estrecharse más con el paso de las estaciones sin el amor de su amado. No lo pensaba hasta que un soplo de aire nuevo apareció en el atardecer del incipiente otoño. No tenía corcel blanco, ni un reino, ni una buena posición social. Más bien era un joven villano, un mentiroso y un frecuente cliente de las dudosas invitaciones que ofrecía la noche a lomos de un poderoso caballo negro.

Se murmuraba que acababa de destrozar el corazón de otra dama, una más jóven y hermosa que ella. En cuánto lo vio se olvidó de todos aquellos rumores que recorrían el pueblo, al fin y al cabo solo eran personajillos que necesitaban de los cotilleos para no ver lo insignificante que eran sus vidas.

Las frías tardes de invierno se tornaron calurosas y divertidas a su lado. Empezó a ver la vida desde una perspectiva que nunca antes había apreciado. Sentía por primera vez que era una mujer plena, que podía disfrutar de todo lo bueno que tenía la vida y se sentía amada como nunca antes lo había sido. Todo era perfecto...

Todo era perfecto... hasta que su príncipe apareció de nuevo junto con la estación primaveral en su corcel blanco. Durante el tiempo que estuvieron separados le confesó que estuvo reflexionando sobre sus sentimientos hacia ella. La ausencia le había hecho recordar tantos momentos: su sonrisa, su cariño, sus miradas...el por qué era la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.

Pero ella...ella ya no tenía tan claro que él fuese el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. En su corazón había un cúmulo de sentimientos encontrados, de imágenes contradictorias, de confusos pensamientos...necesitaba de una señal que la ayudase a ver cuál de ellos debía elegir, solo una por muy pequeña que fuese...

En aqué preciso instante sonó un timbre que la hizo sobresaltar de su ensoñación. Se había quedado medio dormida en el sofá mientras leía una de esas novelas épicas de amor que tanto la gustaban buscando inútilmente que algo la inspirara a tomar una decisión.
El corazón se la encogió en un puño: era su joven villano que la venía a buscar para tomar unas cañas pero una vez más no tenía ninguna respuesta para darle. Se levantó, se vistió y se volvió para mirar la portada de su novela. Nadie mejor que ella comprendía lo que Ginebra debió sertir por el amor del Rey Arturo y de Sir Lancelot.

Y es cierto, nadie la comprendía...
(Para Esther, espero que una sonrisa se forme en tu cara tras leer el relato)
Vanesa

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo has clavado, mira que eres perra. He estado sonriendo todo el relato, solo por una aclaración que tú y yo vamos a entender. ¡¡¡¡¡COMETE MIS BABASSSSSS!!!!!!, dedicado a Ginebra.
Muchas gracias cariño