martes, 24 de agosto de 2010

Ensoñación

El niño abrió los ojos y pudo ver el claro azul del cielo sobre sí. Debía de haberse quedado dormido. Mientras la hierba le hacía cosquillas animada con las leves caricias del viento, intentó descifrar sus blancos símbolos.

En la cúspide de una gran superficie blanca, una figura similar a la suya, parecía moverse, dar saltos, correr y alzar sus cortos brazos con el fin de alcanzar algo que no conseguía llegar a ver.
No comprendía la obsesión de los poetas y filósofos por definir la felicidad: él la sentía en ese momento y no quería expresarlo en palabras vanas y fugaces, sino disfrutarla y guardarla en su interior, darle el valor de intimidad que le correspondía.

Siguió observando. La figura se llevaba los brazos a la cintura. No comprendía por qué sus esfuerzos no daban frutos, donde podía residir el error. El niño se sonrió, ¡cómo comprendía esa impotencia! Siempre pasajera pues cuando se le metía una cosa en la cabeza…

Justo en ese instante, como si la figura hubiese escuchado su pensamiento, retrocedió y, una vez más, cogió carrerilla para tomar impulso y apresar su objetivo….El niño se alzó de su reposo. Su pequeño cuerpo temblaba mientras veía como la menuda figura se precipitaba desde su cúspide hacia el vacío y se desfragmentaba inevitablemente en su caída. Pudo oír el grito sordo de aquél niño, de un niño cuyo deseo venció a la prudencia y la ironía del destino lo castigó con la perpetua repetición de su desgracia.

La felicidad murió y unos ojos se abrieron de nuevo….
Emaleth