domingo, 15 de mayo de 2011

La ironía de la vida

El mundo es cruel. No es una suposición, es una terrible verdad. Una gran parte de esa crueldad viene dosificada en cantidades ingentes del propio ser del hombre aunque, sin eximirle de su culpa, se debe reconocer otro agente activo que no es más que esas fuerzas constantes que no vemos y que, insistentemente, muchos filósofos han intentado definir con diferentes conceptos: el devenir, el mundo como voluntad, el materialismo dialéctico, lo dionisiaco…



El hombre se abriga en esta incertidumbre para explicar, y sobre todo, justificar fracasos personales en su vano y estúpido intento por controlar la naturaleza, el acontecer, ese caos en el que reina el aparente equilibrio de la realidad. En la antigüedad el filósofo, en su humildad, reconocía la limitación del ser humano, la corruptibilidad de la materia y lo mutable de su esencia. El conocimiento era, a su vez, limitado en tanto que superaba la capacidad del hombre para abarcarlo. No sólo eso, éste necesitaba de un ejercicio previo a la pretensión de llegar a conocer que abarcaba un tiempo que muchas veces alcanzaba una madurez avanzada.



Las herramientas actuales han cambiado, la información se acumula y se preserva pero la ignorancia ha aumentado: pretendemos ser superiores y capaces de dominar y afrontar esas fuerzas cuando no somos capaces de controlar nuestros propios impulsos amorales y primigenios. La adaptación y la convivencia con la irracionalidad de la vida son vistas como una fantasía del ayer. Todo el mundo tiene acceso a la información pero, ¿sabe distinguir entre la falsa y la verdadera?, ¿le importa hacerlo?, ¿sabe usarla correctamente?, ¿qué consecuencias puede obtener de su uso? No, no le importa y los intereses particulares justifican cualquier acto egoísta que ignora las implicaciones de una acción dirigida por un saber irresponsable que no toma en cuenta el después.



El hombre camina inexorablemente hacia su destrucción y no hay mayor certeza que saber que a pesar de todo el conocimiento del mundo, no aprende nada, se jacta de su vileza y muere con la venda aún intacta ante sus ojos.



“¡Es preferible no saber nada que saber mucho a medias! ¡Es preferible ser un necio por propia cuenta que un sabio con arreglo a pareceres ajenos! Yo-voy al fondo:-¿qué importa que éste sea grande o pequeño? ¿Qué se llama pantano o cielo? Un palmo de fondo me basta: ¡con tal que sea verdaderamente fondo y suelo!-un palmo de fondo: sobre él puede uno estar en pie. En la verdadera ciencia concienzuda no hay nada grande ni nada pequeño. (…)Donde mi honestidad acaba, allí soy ciego y quiero también serlo. Pero donde quiero saber, allí quiero también ser honesto, es decir, duro, riguroso, severo, cruel, implacable…”


Así habló Zaratustra-Nietzsche




Emaleth