martes, 8 de noviembre de 2011

El debate

Ayer, en principio, me negué a presenciar el debate político protagonizado por Rubalcaba y Rajoy ante las inminentes elecciones del 20 de Noviembre. Sin embargo, la curiosidad, siempre traicionera en el género humano, hizo que hoy empezara a verlo por internet con la pequeña esperanza de poder disfrutar de una verdadera conversación política. Lo sé, soy así de ilusa.

El debate, dividido en tres grandes bloques, se inició con la problemática actual más agravante: la economía y política de empleo. Debo confesar que es lo primero y último que vi porque la curiosidad fue rápidamente sustituida por la desilusión y, ésta, por el rechazo absoluto a seguir perdiendo el tiempo.

No puede haber debate político porque a pesar de existir un mismo origen de argumentación, ambos usan una línea de razonamiento distinta que impide una coherencia discursiva. Por una parte, Rubalcaba dividió su exposición en cuatro puntos:

• Origen de la problemática económica.
• Autocrítica (breve, eso sí)
• Propuesta y explicación (también breve) de soluciones inmersas en su estrategia política.
• Estudio del programa político contrario (algo novedoso) con las preguntas que consecuentemente pueden surgir de la lectura del mismo.

Hasta aquí, me lo crea o no, debo reconocer la grata satisfacción que me produjo este inicio. Llegué a creer que, tal vez, la situación actual podría haberles acercado mínimamente al verdadero hacer político. Pero, como bien expresa la sabiduría española: “poco dura la alegría en casa del pobre”.

Por su parte, Rajoy insistió en su actuación del último debate contra Zapatero: acusaciones, exposición constantes de números y fechas (menos mal que esta vez no hubo gráficas) y respuestas que brillaban por su ausencia.

Una vez más, gracias a la disparidad de argumentación, nos encontramos con una nueva conversación de besugos y repetida representación del tú más. En ese momento pensé en mis alumnos quienes ejecutan la misma función día tras día: uno, asemeja su actuación a la de otros tantos para justificar su proceder e intenta ofrecer a continuación una forma de compensación o de solución mientras, el otro, intenta brillar apoyándose en la simple culpabilidad del otro.

Si no tengo paciencia para escucharlo en críos, menos para hacerlo con unos adultos que deberían haber superado esa etapa con la madurez. Solo cabe en mi cabeza pensar que ya no nos tratan únicamente como tontos, sino que además nos toman como tal y, lo que acentúa mi preocupación es que yo misma empiezo a considerar si no tendrán razón por hacerlo….
Emaleth