lunes, 17 de marzo de 2014

La distancia


Frecuentemente, en el núcleo familiar, uno se esfuerza en agradar o molestar a sus progenitores por diversos o mismos motivos, ya que muchas veces el objetivo es compartido. Con el paso de los años, uno comprende que haga lo que haga nunca se consigue el fin al que se tiende pese a los múltiples intentos realizados. Y esto es así porque los problemas, carencias, injusticias o la falta de atención no dependen de una sola persona. A veces llamamos a la puerta pero no hay nadie o quien se encuentra se niega a escuchar. No concurre la comunicación y las convicciones, el orgullo y la prepotencia ayudan a su inexistencia.
La consciencia de no hallar una salida puede llevar a la resignación y aceptación de la situación. Sin embargo, para los que no entendemos esta solución como el fin del conflicto, acentúa el malestar y, como consecuencia, la distancia, la falta de preocupación y, muchas veces, el desprecio hacia los que se negaron a ver esa mano que se les tendía solo con pretensión de bienestar común.
Se dice, que con esa distancia los ojos ciegos empiezan a recobrar visión y que, si tú los cierras al pasado, el futuro brinda esa oportunidad anhelada en aquellos tiempos. No sé, todavía no he tenido oportunidad de comprobarlo. Lo que sí sé es que el tiempo transforma el dolor en rencor y si se acentúa con distintos agravios, puede llegar a convertirse en odio. Si eso sucede, no hay vuelta atrás, tan solo ser uno más de los que prefiere seguir su camino: un camino que antaño aprendió a realizar solo a pesar de no estar en su ánimo y que, con el tiempo se convirtió en un alivio, en un refugio que ya no admite invitado alguno.
Emaleth