lunes, 22 de febrero de 2016

La montaña dormida IV

No supo cómo había llegado a la pequeña habitación que había alquilado en las proximidades del Berghof, en Berchtesgaden.
La perplejidad y la confusión pugnaban por destacar una sobre la otra sin éxito alguno. Se tendió en la cama y se sumergió en confusas ensoñaciones. En ellas podía verse siendo uno de esos hombres, moviéndose en círculo hasta que la sangre lo hacía caer para seguidamente levantarse frente al objeto que ocultaba su verdadera figura tras una luz deslumbrante. Intentó escapar de los brazos de la inconsciencia, pero la letanía que aún escuchaba en sus oídos le mantenía en ese estado hipnótico.
Cuando por fin pudo abrir los ojos, la sed quemaba su garganta y cada trozo de su piel se hallaba empapada de sudor. Al intentar incorporarse, sintió una oleada de dolor y agotamiento como nunca antes había sentido. Miró la mesa donde reposaba un gran vaso de agua y, por un momento, estuvo convencido de que jamás sería capaz de llegar hasta él. No se rindió. Un nuevo esfuerzo consiguió ponerle en pie y con el único objetivo de llegar hasta el agua avanzó pesadamente hasta allí. Con temblor, acercó el vaso hasta sus labios y no lo apartó hasta que no hubo nada en él. Lo repitió varias veces hasta dejar vacía la jarra que reposaba a su lado.
Sintiéndose mejor, se sentó frente a su diario de viaje y no se levantó de nuevo hasta que plasmó en palabras todo lo que había presenciado la noche anterior. Después de lo que había visto, dudaba en poner en práctica su plan inicial: era consciente de estar cruzando un sendero más peligroso de lo que había imaginado. Necesitaba información, así que se duchó, vistió, alquiló un coche en Berchtesgaden y se dirigió, siempre acompañado de su diario, a Salzburgo situado a penas a 30km. Estaba seguro que en la Biblioteca de su Universidad podría hallar el saber necesario que otorgara algo de luz en donde hasta ahora solo había oscuridad.
A penas había tráfico. Si no hubiera sido por el caos de ideas que retumbaban en su cabeza podría haber disfrutado del magnífico paisaje que se mostraba ante él. Sin embargo, la proximidad y majestuosidad del Untersberg no hacía más que acentuar su nerviosismo. Se sentía vigilado y amenazado por ese misterio que albergaba en su interior, por esas palabras que le había revelado el Sello de la Verdad…
No tuvo problemas para acceder a los libros no catalogados para el uso público. Su nombre seguía abriéndole muchas puertas aunque casi había olvidado aquellos tiempos académicos donde los libros, los exámenes y las clases eran todo su mundo. Cuando entró en el depósito casi sintió nostalgia, pero pronto lo olvidó cuando recordó lo tedioso y monótono de aquél trabajo.
Las referencias a sectas y a grupos seguidores del nazismo eran ingentes, podría tardar años en encontrar algo que pudiera servirle. Tenía que limitar la lista de alguna manera con datos concretos que no poseía puesto que los encapuchados que vio no tenían ningún dibujo en sus ropas ni ningún símbolo identificativo que les diferenciara del resto de fanáticos. La ceremonia con sangre tampoco, de hecho, hubiera sido extraño que no se hubiera sucedido así que, ¿por dónde empezar?
Dejó el cursor del ordenador sobre el campo de búsqueda por palabras e introdujo “secta, ritual, sangre, nazi” para después tocar la lupa que había a su lado. La respuesta fue inmediata y aterradoramente extensa. Pensándolo bien, no podía ser de otra manera con términos tan vago, había que ser más concreto. Añadió “Berhof, Watterbargen, Untersberg, nido de las águilas, Carlomagno, Federico II, Gran Germania”.
Contuvo la respiración y volvió a dar al botón de búsqueda. Seguía siendo muy amplio. Lo intentó de nuevo con “Nido de las águilas, secta” y delimitó la información a los dos últimos años. Parpadeó la pantalla y dos archivos surgieron. El nombre de uno de ellos oscurecía aún más si cabía tan siniestra historia…Continuará...
Emaleth